Cartas a mi padre: Koh Pha Ngan (pt. 1)

Juan Enrique Chomon Del Campo
Cartas a mi padre
Published in
6 min readJul 3, 2023

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Koh Pha Ngan, o la isla de los arrecifes de coral como dice su nombre en tailandés, es la parte del viaje en la que te recuestas al sol en una reposera con cerveza en mano, a disfrutar de la vida, de la vista y te dedicas a contemplar tus vacaciones exóticas al otro lado del mundo. Dato aparte, “Koh” significa “isla” en tailandés. Aunque no soy gran fanático de la playa, estar al sol por un periodo extenso no es para mí. En otras circunstancias no aguantaría ahí más que unos cuantos minutos, no al menos sin algo que hacer .

Tanto caminar por Bangkok, Chiang Mai y Chiang Rai los días anteriores, había dejado nuestros pies visiblemente agotados y este descanso venía bien. Ameritaba un poco de playa, recuperar energías era necesario. En modo “vacacionistas”, cómo dirías tú, Rog. Te imagino mencionando la importancia de ahorrar y yo insistiendo en cómo valieron la pena las historias y peripecias de este viaje o cualquiera de los anteriores.

Lo interesante de esta segunda tanda por Tailandia es que, a diferencia del estrés positivo que acumulamos antes de nuestra primera vez en esta región — ese agotamiento debido a los preparativos de nuestro matrimonio en los meses previos — es que esta vez llegamos sin esa carga y ninguna otra al menos reciente o relevante. Eso me hizo sentir mucho más conectado con cada momento que vivimos, a diferencia de la anterior.

Nuestra primera estancia en Bangkok fue breve, un tanto temerosa y tal vez no la aprovechamos al máximo, pero qué más da, es parte de experimentar lugares nuevos. En esta ocasión, en cambio, perdí el miedo a ese desconocido que implica enfrentar una cultura tan diferente. Para ser sincero, ya no lo era.

Haad Rin Pier

Entre aeropuertos, aviones y furgonetas, el trajín del viaje puede parecer una mera rutina, una intensa, aunque de vacaciones no se siente como tal. De todas formas, para cumplir con nuestro itinerario a rajatabla, vale la pena seguir en movimiento.

No es que me queje de este jaleo, al contrario, estar en el camino hacia un nuevo destino me emociona, aunque también me genera algo de ansiedad, no lo voy a negar. Me preocupa perder las maletas o, peor aún, perder un vuelo. Afortunadamente, nunca hemos tenido que lamentar un episodio de esos. La Katty suele reírse de mis nervios cada vez que viajamos de una ciudad a otra; supongo que mi actitud a veces se vuelve algo dramática.

Tras una mañana agitada en Chiang Mai, nos dirigimos raudos al aeropuerto, donde tomamos sin demora nuestro vuelo a Bangkok. Aunque al llegar a la capital todavía nos quedaba un buen trecho hasta el próximo destino. No nos detuvimos demasiado en el aeropuerto Suvarnabhumi y sin mucho preámbulo finalmente nos marchamos a la isla Samui.

Teníamos que tomar un ferry y no podíamos perder tiempo, el que habíamos reservado era el último del día. Perderlo significa desperdiciar un día de alojamiento y, lo que es peor, tener que improvisar otro en Samui, un lugar, que en lo personal, ni siquiera había investigado demasiado.

La aerolínea de turno, Bangkok Airways. Una compañía boutique que a ojos de los locales es considerada de lujo. A primera vista, puede no parecer gran cosa, pero es un hecho que los asientos son más espaciosos y la comida más abundante y de mejor calidad. Es casi tan cómoda y confortable como la japonesa All Nippon Airways, pero a un precio bastante más razonable. Eso hizo, sin duda, que los traslados entre lugares fueran más agradables.

Tan concentrados estábamos en llegar y cumplir nuestro itinerario que no nos dimos la oportunidad de conocer el aeropuerto de Samui, al menos en esta pasada. Estábamos concentrados en conseguir nuestro objetivo y hasta ese momento nuestra planificación había resultado a la perfección, eso significaba que para llegar a nuestro ferry nos quedaba bastante tiempo aún. Sin embargo, no nos desviamos y salimos rápidamente del aeropuerto para tomar un taxi directo hacia el puerto.

Una vez en el muelle de Haad Rin Queen Ferry, colocamos nuestras maletas en un costado. La Katty se quedó fumando como de costumbre, mientras yo necesitaba asegurar que nuestra reserva del ferry estuviera en orden. Aunque aún faltaban algunas horas para embarcar, decidí hacer la fila en la boletería, con el afán de confirmar.

Me sorprendió que la vendedora no reparara en la antelación con la cual estaba revisando el viaje. Todo estaba en orden, santo remedio. Al fin pude bajar las revoluciones de los nervios que traía. Habíamos asegurado nuestra llegada a nuestro siguiente destino tal como lo teníamos contemplado.

En el intertanto se veía pulular un puñado de nóveles turistas que también estaban esperando embarcar. Ahí se encontraban ávidos por experimentar algo de esa fama de jarana desenfrenada que Koh Pha Ngan ofrece al menos en el papel y que ha ganado con el tiempo entre quienes cuentan la experiencia, esa misma que todos los años atrae a miles de personas a lo largo del mundo.

Las ganas de seguir en el ruedo, ahí nos tenía apostados a la espera de concretar nuestro arribo. A estas alturas, faltaban dos días para Año Nuevo, instancia perfecta para vivir en carne propia el mito del jolgorio de esta isla y aunque me costara reconocerlo, las expectativas que traía eran altas. Los minutos pasaban lento y algunos de los que esperábamos por el barco, tratábamos de escapar del calor en alguna esquina sombría, otros lo hacían con cerveza en mano.

Pero eso no era todo, el público en el ferry era variopinto, de todas las nacionalidades, colores y estilos. Había algunos rebeldes ansiosos que tímidamente encendían un cigarrillo para disfrutar del viaje, otros seguían con una cerveza u otro licor en sus manos, los más desfachatados fumaban sin tapujos otro tipo de pitillos, el olor era evidente, pero entre tanta gente se volvía anónimo.

Al llegar finalmente a la isla, caminamos unos metros desde el Haad Rin Pier por una estrecha calle llena de improvisados locales comerciales. A pesar de que teníamos que subir una pendiente pronunciada con nuestras maletas, el trayecto hasta el Nap Inn, nuestro hotel de turno, era corto. Este lugar se encuentra a escasos metros del muelle, en un sector bastante céntrico de esta zona turística.

Tras un rato en el check-in y conocer a nuestros anfitriones, una particular pareja mayor, que en su propio modo y orden, te daban una amable bienvenida a su hotel. Pudimos dejar las maletas para comenzar a explorar los alrededores, comer mirando al mar, comprar nuestro atuendo de fiesta y hacer el primer reconocimiento de la playa de Haad Rin.

Era evidente que todo el mundo se preparaba para Año Nuevo, aunque faltara algo más de un día para la celebración. Como un verdadero escenario, los locales en la playa se disponían a albergar una de sus míticas fiestas de las cuales tanto habíamos escuchado hablar. Magno evento en un exótico paraje.

Continúa en Koh Pha Ngan parte 2

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Husband, Amateur photographer, software developer, cinephile and music fanatic.