Cartas a mi padre: La despedida de Koh Pha Ngan (pt.6)

Juan Enrique Chomon Del Campo
Cartas a mi padre
Published in
9 min readJan 11, 2024

--

El día que estaba por empezar era nuestra última oportunidad para explorar Koh Pha Ngan y como en todo, nunca puedo esconder las ansias de arañar hasta el último suspiro que significa experimentar un lugar como este. Aunque el tour que habíamos tomado el día anterior nos llevó por casi toda la isla, nos dejó un sabor agridulce pero a fin de cuentas quedaba la satisfacción de haber descubierto “la playa secreta”. Ese lugar fascinante que le dio consistencia a aquel alicaído paseo., sin desmerecer a Koh Ma y sus alrededores, que también tienen lo suyo.

Un día después y a pesar de todo, ahí nos encontrábamos en la misma agencia de turismo, esperando conseguir un taxi de ida y vuelta a algún destino que aún no terminábamos de elegir. Tomar otro tour estaba descartado, tras lo vivido el día anterior no habían muchas ganas de repetir la experiencia, por lo demás suelen ser bastante cansadores. Así es que no nos lo pensamos mucho.

Al entrar a este sucucho, fue un poco tortuoso que nos atendieran, al menos que lo hicieran de corrido. Sobre todo y en especial por un grupo de mujeres angloparlantes bastante arrogantes, que iban por la vida como quienes fueran la Reina Isabel y su séquito.

Al principio solo se cruzaban por la recepción como quién sale un poco apurado de su casa, pero no tardaron en interrumpir nuestro cometido una y otra vez. Sin arrugar un centímetro su rostro, ignoraban nuestra presencia por completo mientras nosotros permanecíamos ahí, algo atónitos, sin saber claramente cómo reaccionar.

Tras la enésima interrupción comencé a elevar mi voz para comentar la situación con la Katty y dadas las circunstancias, aproveché de desahogarme a viva voz con algunos chilenismos. Nada soez, aportar más groserías a la situación era un despropósito para el momento, pensé. En el intertanto había una frase que no paraba de rondar mi cabeza, ¡Qué importante es la educación!. Tan cierto como afirmar que tener educación no va de la mano con haber nacido en un país desarrollado, o haber sido educado en un sistema que expertos catalogan de superior. Y para serte franco, yo no lo supe hasta que comencé a viajar.

Creo que alguna vez te conté mi visita a la Capilla Sixtina donde todo el asombro que significa ver tan magnánima obra de arte se ve eclipsado por la discordia que engendra un puñado de turistas que empujan, no guardan silencio y van contrariando en cada paso a los guardias que ahí intentan mantener el orden. Aquella vez comprendí que, al menos, esa falta de “tino” como decimos acá, no tiene procedencia como tampoco relación con el nivel de desarrollo.

Tengo la impresión de que en Chile, a pesar de todo, seguimos “ensalzando” demasiado la cultura de algunos países. Cuando la realidad al viajar me ha demostrado que nada tenemos que envidiar. Hago mea culpa de haber alimentado alguna vez esa idea en mi cabeza. Y aunque sea chocante, es necesario enfrentar esta desagradable situación con estas “niñatas” que no paraban de molestar. Al final uno logra mirar el momento desde una perspectiva diferente y analizar su comportamiento solo contrasta con el orgullo que siento por mi cuna, educación y valores.

Tras largos e innecesarios minutos allí, al final logramos cumplir nuestra misión, salimos con la playa secreta como decisión para visitar. Para contextualizar, esa playa se ubica a cuarenta minutos de Haad Rin, donde nos encontrábamos en ese momento. Queríamos partir cuanto antes, pero recién luego de un rato una minivan nos recogió en las cercanías y por fin pudimos sentir el alivio de ir en camino a disfrutar de esta aventura final en la isla.

Repetir la visita no nos importaba, estar en ese lugar una última vez sin el apuro de tener que continuar con el tour de turno era preciso. Haad son, que por cierto significa literalmente “playa secreta”, es una pequeño arenal de no más de doscientos metros en la esquina noroeste de la isla.

Es un pedazo de costa cobijado por densa vegetación hacia el interior y un intrincado manto de rocas que alberga el restorán Koh Raham, el mismo en el que estuvimos la tarde anterior. El camino de acceso es angosto y se abre de a poco para situarte en uno de esos lugares, que tras haberte ido, sueñas por volver.

Puedes refrescarte de la manera más cómoda en esta playa tranquila de arena más bien gruesa. Si te adentras en el mar por varios metros, te bañarás en un agua tranquila y poco profunda. Nada parecido a la intensidad de nuestras costas en Chile.

Con solo decirte que cada foto que saqué se transformó en una bonita postal, no es una exageración, al contrario, estaría comenzando a hacerle justicia a este lugar. Almorzamos en ese restorán junto a la playa. Nuestra estancia ahí fue amena, salimos de allí saciados a más no poder. Teníamos la playa a nuestra disposición y a nadie que nos apurara.

Traíamos un listado de lugares cercanos que nos interesaba visitar. El error estuvo en que nunca magnificamos la distancia real entre ellos. Fue así como nos encaminamos por una estrecha avenida en busca de la playa zen, pensando en sumar otro lugar alucinante a nuestra lista de recorridos.

El camino presentaba una que otra dificultad, subidas y bajadas pronunciadas no hacían el tranco más fácil. Sumado a pozones en algunos trechos, a causa de una circunstancial pero copiosa lluvia la noche pasada, nos tenían zigzagueando por la avenida sin una orilla en la que cobijarnos del paso de motos y autos. Eso quizás demoró más la caminata.

Una vez que las indicaciones del mapa nos desviaron del camino principal comenzamos a adentrarnos por un sendero entre palmeras sin alguna señalética que nos ayudara a guiarnos. Nuevamente nos tenías ahí medio dubitativos negando que quizás estábamos perdidos. Gracias a Dios un tipo que pasaba por allí nos dio el empujón que nos faltaba.

Aparentemente nos habíamos desviado por un camino privado que deriva en un complejo de cabañas junto a la playa a la que veníamos. Sin embargo, no era la entrada oficial, mucho menos un acceso público que querían publicitar, aunque los mapas de internet digan otra cosa. Pero nos quedaba claro que los lugareños se dividen entre quienes utilizan y comparten este atajo y los que prefieren que el turista no lo use, un cartel de “No pasar”, contrastaba al gentil consejo que nos habían dado.

Tras hacer caso a la amabilidad de este extraño decidimos continuar, disimular que conocíamos la ruta para cruzar raudamente hacia nuestro destino. Al llegar a la playa nos llevamos una divertida sorpresa, estábamos en una sección de esta, que era nudista. Y no precisamente de lo más glamoroso. Debo decir que no se sentía cómodo caminar por ahí con mi cámara colgando entre tantas otras cosas que colgaban también.

A la Katty y a mí nos hacía algo de gracia esta casual sorpresa, queríamos reírnos de la situación pero aún pasábamos muy cerca de la gente y procuramos evitarlo. Yo intenté apurar el paso, no solo por que se volvía incómodo, sino porque ya íbamos a empezar a renguear en la arena y queríamos hallar un lugar adecuado para continuar nuestros caprichos de verano.

Para alejarnos de aquella sección de la playa seguimos hasta el otro extremo, allí había un chiringuito abarrotado de gente alrededor, el Grasshoper beach bar. Buscamos una mesa libre junto a un par de sillas y nos colocamos ahí para al fin descansar. Lo que me gusta de esta clase de lugares es que puede faltar de todo, pero nunca cerveza helada. Y tras pocos minutos ahí me tenías sosteniendo una, sonriendo y comentando aún el raro momento que pasamos unos minutos antes.

La rutina de la playa ya la sabes, tomar sol, juntar calor, entrar al agua y repetir. Dar mayores detalles sería tedioso, sobre todo si leyeras estas líneas, acalorado en una tarde de verano lejos de Santo Domingo. O recordando los veranos en tu querida Antofagasta, donde acumulaste infinitas aventuras. Muchas de esas historias rozaban la fantasía, al menos así te lo hacíamos ver, cuando te bautizamos El Gran Pez. Nunca sabré si el apodo te correspondía o alguna vez te hizo justicia, tú siempre lo llevaste con carácter y humildad aunque estoy seguro que no te hacía ninguna gracia, pero te agasajaban las risas de tus hijos imaginando esas historias de mil formas distintas.

Nosotros aún no coleccionabamos una de esas épicas novelas tuyas, en cambio ahí nos tenías “echados de guata” bajo el sol. Nuestra tarde fue tranquila, nada hacía presagiar que el camino de vuelta podría complicarse. El chofer de turno era un novel adolescente que poco y nada sabía comunicarse en inglés. La coordinación antes de bajar de la minivan fue algo confusa, quedé con la duda si realmente habíamos quedado bien en los detalles del regreso. Se lo comenté a la Katty, y ¿qué crees?, se rió en mi cara. Rescatamos de esa breve conversación que nos iban a recoger a una hora determinada, en el mismo lugar que nos dejaron, ella decía.

Cuando me percaté de la hora, levanté la primera alerta, aún nos encontrábamos en la playa zen. El camino que nos separaba del lugar de recogida no era demasiado largo, pero sí de algunas dificultades de consideración. Entonces, contrariando a la Katty que de costumbre tiene una fe ciega que todo resultará, yo comencé a caminar bastante apurado, incluso trotando de vez en cuando, para evitar que nos dejaran botados. Terminé exhausto y para nada.

Cuento corto. ¡Nos dejaron botados!, pero no de la forma en que nosotros creíamos. La tarde ya había finalizado, el sol ya se había puesto y en ese espacio de tiempo en que cae la noche, arrecian los mosquitos. Los escasos minutos que aguantamos esperando antes de tomar un taxi, fueron suficiente tiempo para que estos bicharracos festinaran con mis brazos y piernas. Acumulé tantas picaduras que ya no sabía dónde rascarme.

Tras el entrevero que afortunadamente pudimos resolver a buen precio y mediando tan sólo dos taxis, regresamos finalmente a Haad Rin, la distancia no era menor. Yo me imaginaba al interior de la agencia molesto, buscando argumentos para reclamar el que nos hubiesen dejado plantados. Pero pronto el sentimiento se tornó en derrota y creía poco probable recuperar la plata invertida en ese paseo. La Katty en cambio, no echó pie atrás y ambos entramos al sucucho de siempre, ese que nos había servido de operador de turismo, sin tener el mismo optimismo.

Ahí comenzamos a explicar la situación a la señora que nos había atendido anteriormente, a pesar de todo, parecía no entender el problema. No fue sino hasta que apareció otra mujer, algo mayor y que a todas luces su inglés era más fluido, que pudieron darse cuenta del meollo de este asunto. Nosotros habíamos llegado hasta aquí por nuestros propios medios y no con su transporte.

La reacción que tuvieron fue extraña en un principio, yo había imaginado cómo se iban a defender con cientos de razones para culparnos de no haber estado en el momento para tomar el transporte de vuelta. Pero nada de eso pasó, parecían algo confundidas y hasta un poco avergonzadas. Aparentemente el joven que debía pasarnos a buscar confundió las instrucciones e ignoró por completo que lo estuvimos esperando.

Al final de todo y sin chistar, nos reembolsaron la mitad de lo que habíamos pagado, porque entendieron que habían prestado la mitad del servicio. Y ahora salía de este lugar completamente desencajado por el resultado, tratando de reordenar mis expectativas en todo esto.

Es claro que a estas alturas les había tomado algo de cariño. Son buena gente y con lo ocurrido quedaba de manifiesto su honestidad.

Al final quedó como otra anécdota para despedir nuestra segunda pasada por las tierras del Reino de Siam. Gran manera de dar cierre a nuestras vacaciones por Tailandia acumulando aprendizajes, una tonelada de fotografías y el gozo por su comida. Me iba feliz y satisfecho por lo vivido, fanatizado de este país, su cultura y su comida.

--

--

Husband, Amateur photographer, software developer, cinephile and music fanatic.